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El antes y después del barrio Lacoma
 
Situado en el Distrito Fuencarral-El Pardo, el barrio que corresponde a la línea 7 de Metro, desvela su historia de cerca

 

Tania Limón y Ana Cabello - 27 de marzo de 2015

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hace unos años, Lacoma era solo una calle de grava y alrededor era todo campo, tierra y monte. Sin ningún tipo de medio de transporte y con apenas cuatro farolas de madera, estaba constituido por casas de una sola planta con terreno vacío alrededor y, enfrente, había un arroyo, el actual Arroyo del Fresno. Jesús Mayordomo, de 26 años, vivía en la Calle Isidora Díaz, junto a la cual se encontraba la barriada de gitanos de la Cruz del Cura, y cuenta que “convivir con ellos no era problemático porque querían tener un contacto bueno con el vecindario. Sin embargo, con la gente de fuera no lo querían tener”. Eran gitanos españoles que vivían de la chatarra, de la droga, y no había conflictos con ellos. No se mezclaban mucho con los vecinos y viceversa, pero existía un respeto mutuo. 

 

     La gente se dedicaba a oficios en su propia finca, como el albañil que tenía en su casa sus utensilios de trabajo, el chatarrero igual, etc. Si querías los servicios del albañil, requería ir a su casa, y en la actualidad eso ya no es así. Todos tenían el mismo nivel adquisitivo, no se percibían desigualdades económicas, pero la gente era conocida como abierta, casi nadie cerraba las puertas y cada uno sabía de la vida del otro en un ambiente lleno de confianza. Luisa Bustos, de 82 años, ha vivido allí 45 y recuerda que Lacoma era un barrio al que muchos se mudaron por ser muy barato, con casas grandes y de terreno vasto, pero “cuando llegamos no había tendido eléctrico siquiera, todo era muy precario”. Entonces, los vecinos que se asentaron en sus inicios, vivieron la transformación.

 

     Hace 20 años, Jesús se mudó a Cerro de la Carrasqueta, una de las primeras ampliaciones del barrio, y desde entonces comenzaron a surgir más y más chalets y edificios, demoliendo las casas más antiguas. “Experimenté un gran cambio de una zona a otra porque en la nueva parecía más un barrio que una barriada”, dice Jesús, cuya familia, como la de Luisa y muchas otras, se encontró al principio con una casa sin amueblar y tuvieron que dormir en colchones, pues el proyecto urbanístico nuevo avanzaba muy rápido y los administradores tenían prisa en trasladar y asignar a la gente a las nuevas propiedades. Y en poco tiempo se consolidó, pues, como la “zona rica”.

 

     Los responsables decidieron, sin embargo, que alguien sobraba en la nueva imagen de esta zona. A los gitanos los echaron, demolieron sus casas y los reubicaron en unos chalets en la M-40. Estuvieron un año viviendo allí y decidieron quemar sus chalets porque le sacaron el cobre y todo aquello que tuviera valor, de modo que se construyeron chabolas al otro lado de la autopista. 

 

     A día de hoy, Lacoma es uno de los barrios más cotizados y valorables de Madrid, porque aúna todo, buenas casas, zonas verdes, servicios y espacios públicos. En el tema ocio quizá pueda flaquear, pero, a cambio, se ofrece un ambiente de tranquilidad y seguridad. “Si tengo que elegir entre lo que era antes a lo que es ahora, me quedaría con la Lacoma actual porque es evidente que se aprecia una gran mejora”, es la opinión en la que los testigos del cambio de la zona rica coinciden.

 

       La otra cara de la moneda

No obstante, existe la “zona pobre”, que pertenece a este barrio tanto como sus primeros y últimos cimientos. Durante el cambio, personas como María Cruz Robles, de 79 años, tuvieron que ver caer lo viejo a cambio de 70 mil pesetas, dinero con el que pudieron dar la entrada a una nueva vivienda. En esta área se perdieron también las costumbres de siempre, como ir a comprar al único mercado que existía allí, la armonía de un pequeño vecindario donde todo el mundo se veía a diario o desplazarse en el tranvía, que no tardó en ser sustituido por el actual metro de la Línea 7.

 

     “Aquí no había gitanos”, cuenta María, “nunca he visto peleas ni robos como los hay ahora”. “Convivíamos con muchos extranjeros, pero los gitanos se concentraban en la cercana zona de Pitis”, recuerda Tanía Limón, de 23 años, quien también creció con los pequeños comercios y vecinos de toda la vida que sufrieron la inserción de nuevos negocios y habitantes. Aunque no fue tan masivo como se conoce en la que, por esto, llegó a ser la “zona rica”. Pero las buenas nuevas compañías llegaron con malas también. “Ahora hay una mayor inseguridad, más robos y delincuencia, sin dejar de nombrar las drogas y la mala gente” dice Tania y, sin embargo, asegura que a pesar de todo “es un muy buen barrio donde los conflictos han desaparecido casi en su totalidad y es lugar ideal para vivir”. 

 

     El contraste con ambas zonas ha despertado distintas opiniones en sus respectivos residentes, porque si bien Jesús y Luisa aprueban la nueva y próspera Lacoma, Tania y María prefieren la antigua, humilde y cálida. No obstante, están orgullosos del barrio en el que viven, que ha sobrellevado una de las más rápidas y notables evoluciones urbanísticas, atrayendo a una gran diversidad de gente y marcando un antes y un después en este rincón de Madrid.

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